miércoles, 19 de diciembre de 2012

El puente de Mostar

El puente de Mostar:
El puente viejo de Mostar
Fotografía: Luis Pérez Armiño

El puente de Mostar se carga de leyendas. Es una de esas obras de la arquitectura que está destinada a perdurar en el imaginario colectivo de la ciudad. Mostar nació gracias a su puente, su emblema, su misma imagen. El 9 de noviembre de 1993 la artillería y los tanques croatas abrieron fuego durante dos días de bombardeo insistente; después de más ochenta impactos de gran calibre el puente cayó sobre el río Neretva. Las aguas entonces se tiñeron de rojo. Más tarde se descubrió que el tono ocre de las aguas se debía a la argamasa empleada antiguamente en el puente. Once años después, un caluroso 23 de julio de 2004, autoridades políticas, nacionales e internacionales, inauguraban la reconstrucción del simbólico puente que debería convertirse en la enseña de reconciliación y esperanza.




El Stari Most en la actualidad
Fotografía: Luis Pérez Armiño
Bosniaes tierra de puentes. Zona de paso entre Oriente y Occidente, su geografía se ha visto jalonada por numerosas obras de ingeniería que trataban de salvar una orografía imposible y escabrosa. Durante la dominación turca, en el siglo XVI, los sultanes conocían la importancia de salvar los cursos de agua para favorecer el comercio, las comunicaciones y continuar su imparable marcha hacia la Europa católica. En el año 1557, el sultán Solimán el Magnífico ordenaba a uno de sus mejores arquitectos, Mimar Hajredin, formado con el configurador de los principios básicos de la arquitectura otomana, Sinan, la construcción de un puente para salvar el curso del río Neretva.

Después de nueve años, las obras finalizaron y dibujaron para siempre el perfil de la que habría de ser la ciudad de Mostar. Sobre el río Neretva, a veinte metros de altura, se levantaba un poderoso puente de un solo arco y perfil de “lomo de asno”, de treinta metros de largo y cuatro de ancho, flanqueado por dos grandes torres en cada una de las márgenes del río. Un puente blanco, gracias a las calidades de sus casi quinientos bloques de piedra extraídos de las canteras locales y que han configurado los tonos básicos de la ciudad de Mostar, con ese color que resplandece bajo el cielo azul y sobre las aguas verde esmeralda del Neretva. Un auténtico prodigio de la ingeniería de todos los tiempos que ha sido capaz de soportar siglos de historia. Incluso, se dice que soportó el paso de los tanques nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

Puente provisional sobre el Neretva en 1998
Fotografía: Npatm - Fuente
Para cualquier observador, no necesariamente instruido en cuestiones estructurales, el puente asombra por la elegancia con la que supera el enorme abismo del Neretva. El arquitecto turco resolvió con gran soltura la problemática que planteaba la construcción: cómo soportaría el puente su propio peso para salvar esa distancia a semejante altura. La solución consistió en crear un interior hueco que aligerase el peso de toda la estructura. La leyenda dice que el sultán de Estambul amenazó con cortar la cabeza de Mimar Hajredin si el puente caía. También se dice que un operario que realizó trabajos de mantenimiento en el puente dio los datos básicos a los soldados croatas para dirigir sus disparos y poder derribarlo. Finalmente, el objetivo croata se cumplió el 9 de noviembre de 1993. Slobodan Praljak, comandante del Consejo Croata de Defensa, fue condenado por el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia por su destrucción.

El escritor Predrag Matvejevitch, nacido en Mostar, según las informaciones recabadas y citadas por la UNESCOdeclaraba con motivo de la destrucción: “Cuando un puente se rompe, suele quedar una especie de muñón en una u otra orilla. Luego, vimos que de uno y otro lado lo sostenían auténticas cicatrices sangrantes y palpitantes”.

El puente en la actualidad es el principal
reclamo turístico de Mostar
Fotografía: Luis Pérez Armiño
Sólo los responsables internacionales insisten en cargar de epítetos, a cada cual más llamativo y esperanzador, el puente de Mostar. Mientras, parece que el antiguo simbolismo de reconciliación y unión todavía descansa en las frías aguas del Neretva a la espera de un futuro imperfecto en el que las cicatrices de la guerratodavía sangran. Como reconocía una editorial del diario El País el pasado 26 de julio de 2004, “Pero por reconfortante que sea el renovado enlace entre dos orillas, la conexión es sólo física. Sin embargo, la conexión entre las comunidades de las dos riberas sigue siendo sideral”.

Luis Pérez Armiño 

lunes, 10 de diciembre de 2012

Postales desde la tumba, de Emir Suljagic

Postales desde la tumba, de Emir Suljagic:
Srebrenica, 2010
Fotografía: Juniki San - Fuente

Una mujer de edad indescifrable, con el pelo tapado por un pañuelo, abre sus brazos desesperadamente. Parece que quiere aferrarse a algo que le pueda llevar lejos de allí, de su particular pesadilla y la de tantos otros que en esos momentos se encuentran fuera de cámara. A su lado, un joven “casco azul” quiere desviar la mirada tratando de escapar de agonizante grito de auxilio de aquella mujer cuyo rostro, crispado y desfigurado, sólo presagia la desesperanza de lo irremediable. En principio la fotografía, de Ron Haviv, está documentada como una instantánea tomada en Srebrenica en un caluroso verano de 1995. Realmente, no sé si esa imagen se corresponde exactamente con lo ocurrido en aquella pequeña ciudad bosnia ese trágico verano. De hecho, podía ser un dato insignificante: una refugiada, una víctima más, un sujeto de indiferencia dejado a su suerte, más bien a su mala suerte. Es una historia excesivamente repetida. Y más en aquel pequeño país.



Memorial de Srebrenica - Potocari
Fotografía: Maurits90 - Fuente
¿Qué estaba haciendo el 11 de julio de 1995? Por el momento sólo he conseguido enredar aún más la madeja y enterarme que durante 1995 el diario El Mundo resolvía feroz ofensiva contra un moribundo Gobierno socialista que agonizaba a base de escándalos aireados con satisfacción por la prensa; también que las carreteras arrojaron un saldo estremecedor de víctimas por los accidentes de dos autobuses, uno de ellos en Francia, que engrosaban las cifras de muertos en las carreteras, ya abultadas de por sí en aquellos años.

Después de haber sido incapaz de leer alguna noticia que refrescase mi memoria, me detuve en algunas crónicas de ese día relativas a lo que estaba ocurriendo en Srebrenica recogidas por los corresponsales que cubrían la matanza desde Liubliana (ABC) y desde Viena (La Vanguardia). Según el ABC, que acompañaba la información con un animado gráfico donde se detallaba el material “confiscado” por los serbo – bosnios a las tropas de la ONU, la ofensiva serbia habría causado “estragos entre los civiles de la villa de Srebrenica”. Lo más impactante era el anuncio de las represalias aéreas por parte de la OTAN si se atacaba al contingente holandés de “cascos azulejos”.

Tumba en Srebrenica
Fotografía: Adam Jones - Fuente
Por su parte, el rotativo catalán, después de un detallado parte de guerra, insiste en la inoperancia de las fuerzas internacionales para tratar de detener la más que previsible masacre. En sus últimas notas hace un detallado recuento demográfico de una ciudad saturada por miles de refugiados, un enclave de cuatro mil habitantes ahora ocupados por veintiséis mil personas, hombres, mujeres y niños, que han llegado de toda la región huyendo del avance serbio. Es como si el corresponsal nos ofreciese ya las horrorosas cifras de la hecatombe que estaba por llegar, tratando de aportar una cruel estadística del potencial drama que la comunidad internacional ignoraba.

Ahora, con la perspectiva del tiempo, sé que ese día comenzó el genocidio de Srebrenica. Ahora, he leído y releído historias sobre lo que sucedió en aquella pequeña ciudad dejada de la mano de Dios, más bien de Alá. Sé que los “cascos azules holandeses”, a los que la comunidad internacional había confiado la defensa del “enclave seguro” decidieron brindar en bandeja la ciudad a un general serbio, Mladic, que paseaba triunfante su semblante entre las harapientas filas de refugiados, acobardados y vencidos física, espiritual y moralmente. He podido conocer que miles de personas fueron entregadas y vendidas a causa de la cobardía y el miedo de aquellos que debían protegerles.

Postales desde la tumba, Emir Suljagic
Galaxia Gutenberg - Fuente
Después de consultar información y leer y releer titulares… todavía no sé qué estaba haciendo ese día de julio de 1995. Después de cerrar Postales desde la tumba, después de leer cada una de las páginas con el asombro y la desesperación ante lo que ocurrió, mi 11 de julio de 1995 se perderá en el olvido, al igual que ocurrió con muchos de aquellos nombres y sus vidas enterrados en Srebrenica. No puedo contestar, y esa es mi gran culpa,  a la pregunta que todos deberíamos ser capaces de responder y que con afilada intención nos lanza Emir Suljagic: ¿Dónde estaba el 11 de julio de 1995?

Luis Pérez Armiño