El puente viejo de Mostar Fotografía: Luis Pérez Armiño |
El puente de Mostar se carga de leyendas. Es una de esas obras de la arquitectura que está destinada a perdurar en el imaginario colectivo de la ciudad. Mostar nació gracias a su puente, su emblema, su misma imagen. El 9 de noviembre de 1993 la artillería y los tanques croatas abrieron fuego durante dos días de bombardeo insistente; después de más ochenta impactos de gran calibre el puente cayó sobre el río Neretva. Las aguas entonces se tiñeron de rojo. Más tarde se descubrió que el tono ocre de las aguas se debía a la argamasa empleada antiguamente en el puente. Once años después, un caluroso 23 de julio de 2004, autoridades políticas, nacionales e internacionales, inauguraban la reconstrucción del simbólico puente que debería convertirse en la enseña de reconciliación y esperanza.
El Stari Most en la actualidad Fotografía: Luis Pérez Armiño |
Bosniaes tierra de puentes. Zona de paso entre Oriente y Occidente, su geografía se ha visto jalonada por numerosas obras de ingeniería que trataban de salvar una orografía imposible y escabrosa. Durante la dominación turca, en el siglo XVI, los sultanes conocían la importancia de salvar los cursos de agua para favorecer el comercio, las comunicaciones y continuar su imparable marcha hacia la Europa católica. En el año 1557, el sultán Solimán el Magnífico ordenaba a uno de sus mejores arquitectos, Mimar Hajredin, formado con el configurador de los principios básicos de la arquitectura otomana, Sinan, la construcción de un puente para salvar el curso del río Neretva.
Después de nueve años, las obras finalizaron y dibujaron para siempre el perfil de la que habría de ser la ciudad de Mostar. Sobre el río Neretva, a veinte metros de altura, se levantaba un poderoso puente de un solo arco y perfil de “lomo de asno”, de treinta metros de largo y cuatro de ancho, flanqueado por dos grandes torres en cada una de las márgenes del río. Un puente blanco, gracias a las calidades de sus casi quinientos bloques de piedra extraídos de las canteras locales y que han configurado los tonos básicos de la ciudad de Mostar, con ese color que resplandece bajo el cielo azul y sobre las aguas verde esmeralda del Neretva. Un auténtico prodigio de la ingeniería de todos los tiempos que ha sido capaz de soportar siglos de historia. Incluso, se dice que soportó el paso de los tanques nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
Puente provisional sobre el Neretva en 1998 Fotografía: Npatm - Fuente |
Para cualquier observador, no necesariamente instruido en cuestiones estructurales, el puente asombra por la elegancia con la que supera el enorme abismo del Neretva. El arquitecto turco resolvió con gran soltura la problemática que planteaba la construcción: cómo soportaría el puente su propio peso para salvar esa distancia a semejante altura. La solución consistió en crear un interior hueco que aligerase el peso de toda la estructura. La leyenda dice que el sultán de Estambul amenazó con cortar la cabeza de Mimar Hajredin si el puente caía. También se dice que un operario que realizó trabajos de mantenimiento en el puente dio los datos básicos a los soldados croatas para dirigir sus disparos y poder derribarlo. Finalmente, el objetivo croata se cumplió el 9 de noviembre de 1993. Slobodan Praljak, comandante del Consejo Croata de Defensa, fue condenado por el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia por su destrucción.
El escritor Predrag Matvejevitch, nacido en Mostar, según las informaciones recabadas y citadas por la UNESCOdeclaraba con motivo de la destrucción: “Cuando un puente se rompe, suele quedar una especie de muñón en una u otra orilla. Luego, vimos que de uno y otro lado lo sostenían auténticas cicatrices sangrantes y palpitantes”.
El puente en la actualidad es el principal reclamo turístico de Mostar Fotografía: Luis Pérez Armiño |
Sólo los responsables internacionales insisten en cargar de epítetos, a cada cual más llamativo y esperanzador, el puente de Mostar. Mientras, parece que el antiguo simbolismo de reconciliación y unión todavía descansa en las frías aguas del Neretva a la espera de un futuro imperfecto en el que las cicatrices de la guerratodavía sangran. Como reconocía una editorial del diario El País el pasado 26 de julio de 2004, “Pero por reconfortante que sea el renovado enlace entre dos orillas, la conexión es sólo física. Sin embargo, la conexión entre las comunidades de las dos riberas sigue siendo sideral”.
Luis Pérez Armiño
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