martes, 8 de enero de 2013

La fábrica de cerveza. Sarajevska pivara

La fábrica de cerveza. Sarajevska pivara:
Fábrica de cerveza de Sarajevo
Fotografía: Luis Pérez Armiño

En cuestiones políticas es fundamental la victimización de lo propio y la culpabilización del otro. Desde el año 1992 y hasta 1995 Bosnia y Herzegovina se vio inmersa en una brutal guerra. Todavía hoy las partes implicadas insisten en legitimar sus posturas frente a la comunidad internacional y, por qué no, frente a la historia. El 5 de abril de 1992 una gran manifestación recorría las calles de Sarajevo exigiendo la salida pacífica a la grave crisis que estaba resultando en la desintegración de la antigua Yugoslavia. Durante la marcha, alguien abrió fuego sobre los manifestantes. Al día siguiente comenzaba el asedio de la ciudad por parte de las fuerzas serbias de Bosnia con un cruel resultado: el antiguo censo de 1991 que contabilizaba una población en la ciudad de medio millón de personas se redujo en 1996 y tras la firma de los acuerdos de Dayton a trescientos mil habitantes. En total, se estima que hubo doce mil víctimas, la mayor parte población civil.



Entrada a la fábrica Sarajevska Pivara
Fotografía: Luis Pérez Armiño
La táctica de terror para someter Sarajevoera básica: la aniquilación de la ciudad. Durante los años que se prolongó el sitio, las tropas serbo – bosnias controlaban el suministro del agua, de la electricidad, de los elementos más básicos para la supervivencia. Las negociaciones entre los bandos enfrentados, mediadas por la comunidad internacional, buscaban la supervivencia más primaria de los habitantes de la ciudad. Según Jonatan Rapaport, en una situación de emergencia se hace necesaria una cantidad de cinco litros de agua por persona para establecer unas condiciones mínimas de supervivencia. Y el agua se convirtió en uno de los recursos más preciados en Sarajevo durante el asedio.

Sorprende que una ciudad como Sarajevo, situada sobre un acuífero y a orillas del río Miljacka, durante el asedio sufriera la escasez de un elemento tan primordial. Gervasio Sánchez analizaba en su blog el uso del agua en los conflictos bélicos. Y los serbios supieron hacer del agua una carta más para poner sobre la mesa de negociaciones. El 12 de julio de 1993 los representantes de los bosnios – musulmanes y de los serbo – bosnios firmaron un acuerdo que abría el suministro de agua y electricidad a la ciudad (El País, 13 de julio de 1993). Ese mismo día, una granada provocó doce muertos en una cola frente a una fuente pública del barrio de Dobrinja. El agua se había convertido en un bien escaso y muy apreciado. Uno de los principales focos de aprovisionamiento se estableció en la antigua fábrica de cerveza del barrio latino.

Sarajevska Pivara
Fotografía: Luis Pérez Armiño
En 1864, las autoridades austriacas levantaron la fábrica de Sarajevska Pivara, una de las cervezas locales con más aceptación en el país. Ni en los peores momentos de la historia de la ciudad la producción de la fábrica ha cesado. El edificio destaca por la mole rojiza que se levanta muy cerca de la iglesia franciscana de la ciudad y que en la actualidad se ha convertido en uno de los atractivos turísticos de la ciudad. Sin embargo, durante el asedio de la ciudad la fábrica estaba destinada a jugar un importante papel estratégico.

Durante los más de mil días de sitio de Sarajevo la fábrica continuó la producción de cerveza. Pero sobre todo proporcionó agua a los sedientos habitantes de Sarajevo. Los mandos serbo – bosnios eran conscientes de la importancia de la fábrica y no dudaron en incluir el edificio entre sus objetivos. El periodista Hajdar Arifagićrelataba la extraordinaria historia de la fábrica, la decisión de sus trabajadores de continuar con la producción pese a las dificultades y las colas de gente que arriesgaban su vida para conseguir algo de agua. El 15 de enero de 1993, en uno de los callejones que rodean el edificio, los artilleros serbios dispararon una granada sobre la gente que esperaba su turno para llenar sus bidones. El fatal resultado: ocho muertos, incluyendo dos niños, y diecinueve heridos.

Rosa de Sarajevo en la fábrica de cerveza
Fotografía: Luis Pérez Armiño
El ingenio es fruto de la desesperación, aseguran muchos. La ciudad de Sarajevo fue obligada a vivir durante casi mil quinientos días bajo ese estado permanente de desesperación. Francesc Ralea describía para el diario El País (7 de febrero de 1993) cómo los bosnios, encerrados en su ciudad, se veían obligados a extremar su ingenio para obtener un rudimentario armamento para defenderse. Y dentro de ese absurdo surrealismo, dejando a un lado la amarga realidad del cruel conflicto bosnio, una fábrica de cerveza se convirtió en símbolo de resistencia y de supervivencia de una ciudad envuelta en fuego.

Luis Pérez Armiño

miércoles, 19 de diciembre de 2012

El puente de Mostar

El puente de Mostar:
El puente viejo de Mostar
Fotografía: Luis Pérez Armiño

El puente de Mostar se carga de leyendas. Es una de esas obras de la arquitectura que está destinada a perdurar en el imaginario colectivo de la ciudad. Mostar nació gracias a su puente, su emblema, su misma imagen. El 9 de noviembre de 1993 la artillería y los tanques croatas abrieron fuego durante dos días de bombardeo insistente; después de más ochenta impactos de gran calibre el puente cayó sobre el río Neretva. Las aguas entonces se tiñeron de rojo. Más tarde se descubrió que el tono ocre de las aguas se debía a la argamasa empleada antiguamente en el puente. Once años después, un caluroso 23 de julio de 2004, autoridades políticas, nacionales e internacionales, inauguraban la reconstrucción del simbólico puente que debería convertirse en la enseña de reconciliación y esperanza.




El Stari Most en la actualidad
Fotografía: Luis Pérez Armiño
Bosniaes tierra de puentes. Zona de paso entre Oriente y Occidente, su geografía se ha visto jalonada por numerosas obras de ingeniería que trataban de salvar una orografía imposible y escabrosa. Durante la dominación turca, en el siglo XVI, los sultanes conocían la importancia de salvar los cursos de agua para favorecer el comercio, las comunicaciones y continuar su imparable marcha hacia la Europa católica. En el año 1557, el sultán Solimán el Magnífico ordenaba a uno de sus mejores arquitectos, Mimar Hajredin, formado con el configurador de los principios básicos de la arquitectura otomana, Sinan, la construcción de un puente para salvar el curso del río Neretva.

Después de nueve años, las obras finalizaron y dibujaron para siempre el perfil de la que habría de ser la ciudad de Mostar. Sobre el río Neretva, a veinte metros de altura, se levantaba un poderoso puente de un solo arco y perfil de “lomo de asno”, de treinta metros de largo y cuatro de ancho, flanqueado por dos grandes torres en cada una de las márgenes del río. Un puente blanco, gracias a las calidades de sus casi quinientos bloques de piedra extraídos de las canteras locales y que han configurado los tonos básicos de la ciudad de Mostar, con ese color que resplandece bajo el cielo azul y sobre las aguas verde esmeralda del Neretva. Un auténtico prodigio de la ingeniería de todos los tiempos que ha sido capaz de soportar siglos de historia. Incluso, se dice que soportó el paso de los tanques nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

Puente provisional sobre el Neretva en 1998
Fotografía: Npatm - Fuente
Para cualquier observador, no necesariamente instruido en cuestiones estructurales, el puente asombra por la elegancia con la que supera el enorme abismo del Neretva. El arquitecto turco resolvió con gran soltura la problemática que planteaba la construcción: cómo soportaría el puente su propio peso para salvar esa distancia a semejante altura. La solución consistió en crear un interior hueco que aligerase el peso de toda la estructura. La leyenda dice que el sultán de Estambul amenazó con cortar la cabeza de Mimar Hajredin si el puente caía. También se dice que un operario que realizó trabajos de mantenimiento en el puente dio los datos básicos a los soldados croatas para dirigir sus disparos y poder derribarlo. Finalmente, el objetivo croata se cumplió el 9 de noviembre de 1993. Slobodan Praljak, comandante del Consejo Croata de Defensa, fue condenado por el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia por su destrucción.

El escritor Predrag Matvejevitch, nacido en Mostar, según las informaciones recabadas y citadas por la UNESCOdeclaraba con motivo de la destrucción: “Cuando un puente se rompe, suele quedar una especie de muñón en una u otra orilla. Luego, vimos que de uno y otro lado lo sostenían auténticas cicatrices sangrantes y palpitantes”.

El puente en la actualidad es el principal
reclamo turístico de Mostar
Fotografía: Luis Pérez Armiño
Sólo los responsables internacionales insisten en cargar de epítetos, a cada cual más llamativo y esperanzador, el puente de Mostar. Mientras, parece que el antiguo simbolismo de reconciliación y unión todavía descansa en las frías aguas del Neretva a la espera de un futuro imperfecto en el que las cicatrices de la guerratodavía sangran. Como reconocía una editorial del diario El País el pasado 26 de julio de 2004, “Pero por reconfortante que sea el renovado enlace entre dos orillas, la conexión es sólo física. Sin embargo, la conexión entre las comunidades de las dos riberas sigue siendo sideral”.

Luis Pérez Armiño 

lunes, 10 de diciembre de 2012

Postales desde la tumba, de Emir Suljagic

Postales desde la tumba, de Emir Suljagic:
Srebrenica, 2010
Fotografía: Juniki San - Fuente

Una mujer de edad indescifrable, con el pelo tapado por un pañuelo, abre sus brazos desesperadamente. Parece que quiere aferrarse a algo que le pueda llevar lejos de allí, de su particular pesadilla y la de tantos otros que en esos momentos se encuentran fuera de cámara. A su lado, un joven “casco azul” quiere desviar la mirada tratando de escapar de agonizante grito de auxilio de aquella mujer cuyo rostro, crispado y desfigurado, sólo presagia la desesperanza de lo irremediable. En principio la fotografía, de Ron Haviv, está documentada como una instantánea tomada en Srebrenica en un caluroso verano de 1995. Realmente, no sé si esa imagen se corresponde exactamente con lo ocurrido en aquella pequeña ciudad bosnia ese trágico verano. De hecho, podía ser un dato insignificante: una refugiada, una víctima más, un sujeto de indiferencia dejado a su suerte, más bien a su mala suerte. Es una historia excesivamente repetida. Y más en aquel pequeño país.



Memorial de Srebrenica - Potocari
Fotografía: Maurits90 - Fuente
¿Qué estaba haciendo el 11 de julio de 1995? Por el momento sólo he conseguido enredar aún más la madeja y enterarme que durante 1995 el diario El Mundo resolvía feroz ofensiva contra un moribundo Gobierno socialista que agonizaba a base de escándalos aireados con satisfacción por la prensa; también que las carreteras arrojaron un saldo estremecedor de víctimas por los accidentes de dos autobuses, uno de ellos en Francia, que engrosaban las cifras de muertos en las carreteras, ya abultadas de por sí en aquellos años.

Después de haber sido incapaz de leer alguna noticia que refrescase mi memoria, me detuve en algunas crónicas de ese día relativas a lo que estaba ocurriendo en Srebrenica recogidas por los corresponsales que cubrían la matanza desde Liubliana (ABC) y desde Viena (La Vanguardia). Según el ABC, que acompañaba la información con un animado gráfico donde se detallaba el material “confiscado” por los serbo – bosnios a las tropas de la ONU, la ofensiva serbia habría causado “estragos entre los civiles de la villa de Srebrenica”. Lo más impactante era el anuncio de las represalias aéreas por parte de la OTAN si se atacaba al contingente holandés de “cascos azulejos”.

Tumba en Srebrenica
Fotografía: Adam Jones - Fuente
Por su parte, el rotativo catalán, después de un detallado parte de guerra, insiste en la inoperancia de las fuerzas internacionales para tratar de detener la más que previsible masacre. En sus últimas notas hace un detallado recuento demográfico de una ciudad saturada por miles de refugiados, un enclave de cuatro mil habitantes ahora ocupados por veintiséis mil personas, hombres, mujeres y niños, que han llegado de toda la región huyendo del avance serbio. Es como si el corresponsal nos ofreciese ya las horrorosas cifras de la hecatombe que estaba por llegar, tratando de aportar una cruel estadística del potencial drama que la comunidad internacional ignoraba.

Ahora, con la perspectiva del tiempo, sé que ese día comenzó el genocidio de Srebrenica. Ahora, he leído y releído historias sobre lo que sucedió en aquella pequeña ciudad dejada de la mano de Dios, más bien de Alá. Sé que los “cascos azules holandeses”, a los que la comunidad internacional había confiado la defensa del “enclave seguro” decidieron brindar en bandeja la ciudad a un general serbio, Mladic, que paseaba triunfante su semblante entre las harapientas filas de refugiados, acobardados y vencidos física, espiritual y moralmente. He podido conocer que miles de personas fueron entregadas y vendidas a causa de la cobardía y el miedo de aquellos que debían protegerles.

Postales desde la tumba, Emir Suljagic
Galaxia Gutenberg - Fuente
Después de consultar información y leer y releer titulares… todavía no sé qué estaba haciendo ese día de julio de 1995. Después de cerrar Postales desde la tumba, después de leer cada una de las páginas con el asombro y la desesperación ante lo que ocurrió, mi 11 de julio de 1995 se perderá en el olvido, al igual que ocurrió con muchos de aquellos nombres y sus vidas enterrados en Srebrenica. No puedo contestar, y esa es mi gran culpa,  a la pregunta que todos deberíamos ser capaces de responder y que con afilada intención nos lanza Emir Suljagic: ¿Dónde estaba el 11 de julio de 1995?

Luis Pérez Armiño

jueves, 15 de noviembre de 2012

La Plaza de España en Mostar

La Plaza de España en Mostar:
Placa en recuerdo de los soldados españoles caídos en Bosnia
en la Plaza de España, Mostar
Fotografía: Luis Pérez Armiño
El 3 de abril de 2012 don Juan Carlos I, inauguraba de forma oficial la rehabilitada Plaza de España de Mostar (ABC, 3 de abril de 2012). Tras una inversión que ronda el medio millón de euros, la bandera española ondea en este significativo punto de la capital de Herzegovina acompañando a un pequeño monolito en el que lucen los nombres de los veintidós soldados españoles y el traductor croata que murieron durante la operación de paz que, bajo el auspicio primero de la ONU y después de la OTAN, se desarrolló en Bosnia a raíz de la guerra civil que sufrió el país desde 1992 a 1995. El alcalde de Mostar, Ljubo Beslic, agradeció el sacrificio “desinteresado” de las tropas españolas para garantizar la paz en Bosnia y aseguraba que la Plaza seguiría siendo el lugar de encuentro de todos los ciudadanos de Mostar (El Mundo, 29 de marzo de 2012). Sin embargo, no deja de ser significativo que en los alrededores de la Plaza, veinte años después del supuesto fin de la guerra, las cicatrices del conflicto todavía sigan profundamente enraizadas en la ciudad.



Cascos azules españoles en Mostar
Fotografía: Ministerio de Defensa de España
La Plaza de España, antigua Plaza Hit, se encuentra al final del Bulevar que durante la guerra sirvió de línea divisoria de la ciudad y de frente bélico. Al oeste, la zona croata y católica, y al este, la musulmana, la que sufrió con mayor intensidad el azote de la artillería croata. Esa arteria principal de la ciudad guarda con insistencia las horrendas marcas de una guerra finalizada sobre el papel hace veinte años. Y todavía señala ese límite imaginario que divide de forma efectiva a las dos comunidades que se enzarzaron en la cruel sangría que redujo a escombros Mostar. Al final de ese Bulevar se levantaba la Plaza Hit. Allí, los soldados españoles levantaron unas tiendas de campaña para promover, bajo su protección, el encuentro entre las dos poblaciones separadas por la guerra. El 12 de octubre de 1995 bosnios y croatas decidieron el cambio de nombre de la plaza para rendir homenaje a las fuerzas españolas.

Arriado de la bandera española en Plaza de España, Mostar
Fotografía: Ministerio de Defensa de España
Las palabras de sentido homenaje del alcalde de Mostar contrastan con las graves acusaciones que lanzaba el corregidor musulmán de Mostar en el año 1994, en pleno conflicto. Francesc Relea (El País, 25 de febrero de 1994) recogía las denuncias de la población contra la ineptitud de las tropas españolas destinadas en la zona. El entonces alcalde, Smail Klaric, acusaba al ejército español de convertirse en mero espectador de las matanzas ocurridas en la ciudad. Incluso, afirmaba que los soldados habían contribuido al saqueo de los museos de Mostar al adquirir obras de arte y antigüedades robadas a cambio de cantidades insignificantes de dinero o de tabaco. Pero la actitud española no era más que fiel reflejo de la respuesta internacional ante el conflicto bosnio. Hermann Tertsch (El País, 21 de junio de 1992) describía gráficamente el papel de la ONU. Informaba que los bosnios se referían a las fuerzas de la UNPROFOR como la “Unpriskofor”; “prisko” significaría algo así como “chapuza”.

Fotografía: Luis Pérez Armiño
Las acusaciones, desmentidas por el Ministerio de Defensa en su momento, se suman a las duras críticas vertidas por Xabier Agirre, autor de Yugoslavia y los ejércitos. La legitimidad militar en tiempos de genocidio, que aporta numerosos datos que corroborarían la inoperante actitud del ejército español, convertido en mero espectador más preocupado por la protección personal de los soldados que por la de los ciudadanos indefensos. Como dato significativo, en mayo de 1993, ante la inminencia de una ofensiva croata sobre Mostar, las tropas españolas abandonaron la ciudad sin, ni siquiera, dar aviso de la ofensiva a las autoridades musulmanas para preservar, en la medida de lo posible, a la población civil.

Bosnia ha supuesto una de las misiones internacionales más largas del ejército español: dieciocho años de presencia en el país y la participación de más de 46.000 efectivos. La intervención no era más que la decidida apuesta de la participación en misiones internacionales de paz como uno de los pilares básicos de la política exterior de España. Sin embargo, y a pesar de la mucha hagiografía oficial que alaba la actuación española en Mostar, son muchas las sombras que denuncian la conveniencia política de esta misión, ajena a los verdaderos intereses humanitarios que deberían haberla motivado. En Mostar todavía ondea la bandera española en la antigua Plaza Hit, sin embargo, la población ve un futuro más sombrío que el ejército español no ayudó nunca a despejar.

Luis Pérez Armiño

El violonchelista de Sarajevo. Vedran Smailović

El violonchelista de Sarajevo. Vedran Smailović:
Vedran Smailović en la Biblioteca Nacional de Sarajevo, 1992
Fotografía: Mikhail Evstafiev - Fuente

El Festival de Cine de Sarajevo se ha convertido en una de las apuestas culturales más decididas de la ciudad tras el final de la guerra bosnia de los años noventa del siglo XX. Este encuentro tiene sus raíces en el mismo conflicto, como una respuesta digna y decidida por la no – violencia contra la crueldad y el horror de un asedio que se cebó sobre la capital bosnia durante más de mil días y con más de once mil muertos a manos de los francotiradores y los bombardeos indiscriminados. El Festival fue uno más de los muchos actos culturales que mantenían viva la ciudad bajo la barbarie de la guerra: teatro, arte, música y otras muchas manifestaciones de una ciudad que había sido bandera de la tolerancia en Europa. El poeta bosnio Faruk Sehic afirmaba en un artículo escrito por Beatriz Portinari para el diario El País (18 de octubre de 2008) sobre la literatura bosnia posterior a la guerra que la primera víctima del conflicto fue “El mito del Sarajevo multiétnico”. Y en medio del caos, la destrucción y la muerte, la cultura jugó un papel fundamental.


Vedran Smailović
Fotografía: Mikhail Evstafiev - Fuente
Sólo habían pasado seis años desde la celebración de los juegos olímpicos de invierno cuando Sarajevo se convirtió en uno de los escenarios más atroces del convulso final del siglo XX. La antigua ciudad, cruce de culturas y símbolo del entendimiento, fue sometida a un brutal cerco que se prolongó hasta el año 1995. En todo ese contexto, una imagen se convirtió en icono de la resistencia de una ciudad abatida y diezmada. El violonchelista principal de la Orquesta Sinfónica de la ciudad, Vedran Smailović, rendía homenaje a las veintidós víctimas del bombardeo de la cola del pan del 27 de mayo de 1992. Tocó el Adagio de Albononi un día por cada una de las víctimas en la hora exacta en que el obús de mortero hizo explosión. Su historia, de valentía y de dignidad frente al horror de una guerra inhumana, pronto dio la vuelta al mundo y, de hecho, sirvió de base para una insulsa novela rechazada por su propio protagonista. Sólo una posterior entrevista, acompañada de algunas Guinness, entre el violonchelista y el autor, el canadiense Steve Galloway, puso punto final al malentendido. 

Teatro Nacional de Sarajevo
Fotografía: Stein80 - Fuente
¿Cómo explicar que un hombre arriesgase su vida en un homenaje ya sin sentido? Cuando un periodista de la CNN preguntaba a Vedran Smailović por su salud mental, el músico respondía de forma genial. Era irónico que le preguntasen a él si tocar el Adagio en Sarajevo significaba estar loco cuando lo que debería hacer el corresponsal era preguntar a los hombres de las colinas responsables de la carnicería de su ciudad si no estaban completamente locos. El componente psicológico del asedio incluía en su programa la aniquilación moral y humana de los habitantes de Sarajevo, incluyendo la destrucción de todo aquello que implicase un mínimo recuerdo de un pasado de tolerancia y convivencia. Y todos han querido ver en el gesto de Smailović la respuesta más digna y humana, no violenta, que podía darse a la barbarie que se estaba desarrollando en la ciudad de Sarajevo.

El actual Festival de Cine de Sarajevo es uno de los más importantes de la región. Se ha convertido en un importante revulsivo cultural de la ciudad y de todo el país y es, al mismo tiempo, una eficaz herramienta que trata de fomentar la reconciliación en Bosnia i Herzegovina. Quedaron atrás en el tiempo, en el recuerdo de la ciudad sometida a la tortura pública del asedio televisado al resto del mundo, aquellas sesiones abarrotadas de un público que no dudaba en jugarse la vida para llegar a las proyecciones. Y durante los prolongados días de asedio, la cultura jugó el papel fundamental de devolver la dignidad a una ciudad y a todos sus habitantes.

Luis Pérez Armiño

La cruz de Mostar

La cruz de Mostar: 
Mostar, 2012. Fotografía: LPA

Desde cualquier punto de Mostar, la quinta ciudad de Bosnia y Herzegovina, es visible de forma ostensible la colosal cruz que corona el monte Hum, uno de los promontorios que domina todo el núcleo urbano. Resulta paradójico, y no es casual, que esa misma colina fuese el puesto de observación preferente de las tropas croatas durante el conflicto que asoló el país a principios de los años noventa del siglo XX. La posición estratégica de Hum permitía el bombardeo sistemático de la ciudad y de los barrios musulmanes de la orilla oriental del río Neretva. Veinte años después del final inconcluso de la guerra de Bosnia, la ciudad mantiene esa línea divisora demasiado presente todavía en el imaginario colectivo, el río: con su ribera oriental ocupada por los barrios musulmanes, hoy bosniacos haciendo referencia al término empleado actualmente en los medios de comunicación; y la vertiente oeste, zona católica y actualmente ocupada, casi en exclusiva, por la población croata.
 
Mostar, 2012. Fotografía: LPA
El final de la contienda bosnia, auspiciado por una comunidad internacional inoperante pero excesivamente asqueada por un conflicto demasiado anclado en las entrañas de Europa, significó una hipócrita solución de compromiso que entrañaba la propia dificultad intrínseca de esa guerra. La paz firmada el 14 de diciembre de 1995 establecía un país único que Jakob Finci, funcionario bosnio, definía para el diario El País (edición impresa del 4 de diciembre de 2005) de la siguiente manera: “…se trata de un mismo país, con dos entidades, tres nacionalidades, cuatro religiones y cientos de problemas”. El escenario de Mostar ejemplifica esta peculiar situación: la falta de entendimiento es endémica entre los responsables políticos croatas y los bosniacos; la ciudad se encuentra dividida, psicológica y físicamente; y la falta de una verdadera reconciliación, efectiva y práctica, impide una auténtica reconstrucción de la ciudad y su vida, la necesaria reactivación de la economía y la superación de las tensiones “étnicas” (si es que alguien es capaz de explicar qué es eso de “étnico”) o religiosas.
Mostar, 2012. Fotografía: LPA
Mostar constituyó uno de los principales dramas dentro de la tragedia general de Bosnia y Herzegovina. En los inicios de la contienda sufrió la acometida de las tropas serbias posteriormente rechazada por la actuación conjunta de croatas y bosnios – musulmanes. Pero en 1993 esta frágil y artificiosa alianza saltó por los aires y los croatas sometieron a una parte de la ciudad, la musulmana, a un asedio sistemático de una crueldad terrorífica, incluso, para los niveles del horror alcanzado en otros muchos enclaves de Bosnia. Según los datos de Xabier Agirre Aramburu, recogidos en su libro Yugoslavia y los ejércitos. La legitimidad militar en tiempos de genocidio, se calcula que caía sobre la margen izquierda de la ciudad, la habitada por la población bosniaca, una media de doscientos a cuatrocientos obuses y se contabilizaban en torno a diez muertos diarios. En todo ese contexto, el mismo autor ha denunciado constantemente la inoperatividad de las tropas españolas destinadas en la ciudad convertidas en meros observadores de la masacre propiciando con su cobarde silencio el horror.
Iglesia de San Pedro y San Pablo, Mostar, 2012
Fotografía: LPA
El 9 de noviembre de 1993 las fuerzas croatas consiguieron por fin hundir en el Neretva el antiguo puente otomano de Mostar, un símbolo cultural de la ciudad que había resistido el feroz asedio y hasta un total de sesenta impactos de artillería. La estrategia bélica en la ciudad implicó la destrucción cultural y espiritual del enemigo, su humillación y la eliminación de cualquier vestigio que pudiese dar idea de la antigua convivencia que caracterizó a un núcleo en el que sus habitantes encontraban más implicación con la ciudad que con cualquier nacionalidad o etnia. La destrucción de cualquier manifestación y emblema cultural era parte fundamental en la estrategia militar.
En la actualidad, en Mostar, la cruz que corona el monte Hum se alza insolente. La iglesia católica está demasiado empeñada, espiritual y económicamente, en la evangelización profunda de la región. De hecho, el campanario de la iglesia franciscana de San Pedro y San Pablo se levanta imponente sobre el horizonte de Mostar con sus veinticinco metros y esa especie de orgullo de lectura freudiana de la que hacen gala las autoridades croatas. Mientras, los barrios musulmanes viven entre las cicatrices todavía sangrantes de una guerra demasiado presente y cuyo final se antoja lejano y difícil.
Luis Pérez Armiño

El Museo Nacional de Bosnia y Herzegovina

El Museo Nacional de Bosnia y Herzegovina:
Museo Nacional de Bosnia y Herzegovina
Fotografía: Luis Pérez Armiño
La complejidad de la institución museística queda patente en las funciones que se encomiendan en la museología actual a estas instituciones. Un museo se concibe como un centro que ha de adquirir un patrimonio cultural para presentarlo a un público variado con diferentes expectativas, mediante la adecuada investigación de esos fondos, sirviendo a la educación y deleite de los visitantes y con la misión final de conservar esos bienes para las generaciones venideras. Sin embargo, el museo responde a unos intereses de mayor trascendencia y puede ocultar significados de índole político y social. Es una institución viva que no es ajena al acontecer histórico y sufre los avatares propios de las sociedades en que se insertan. El Museo Nacional de Bosnia y Herzegovina, centro que ha sido capaz de sortear brutales conflictos armados, no ha sido capaz de sobrevivir a la inoperancia e ineptitud de la clase política bosnia, más comprometida con los intereses partidistas y nacionalistas que con la salvación de una institución de renombre que podría articularse como eje vertebrador de una nueva Bosnia donde se superasen las rencillas y odios internos a través del conocimiento y respeto mutuo. El Museo Nacional de Bosnia y Herzegovina cerró sus puertas el pasado 4 de octubre de 2012 por problemas financieros según la versión oficial.

Leer más en La Liebre Muerta

Grupo