jueves, 15 de noviembre de 2012

La Plaza de España en Mostar

La Plaza de España en Mostar:
Placa en recuerdo de los soldados españoles caídos en Bosnia
en la Plaza de España, Mostar
Fotografía: Luis Pérez Armiño
El 3 de abril de 2012 don Juan Carlos I, inauguraba de forma oficial la rehabilitada Plaza de España de Mostar (ABC, 3 de abril de 2012). Tras una inversión que ronda el medio millón de euros, la bandera española ondea en este significativo punto de la capital de Herzegovina acompañando a un pequeño monolito en el que lucen los nombres de los veintidós soldados españoles y el traductor croata que murieron durante la operación de paz que, bajo el auspicio primero de la ONU y después de la OTAN, se desarrolló en Bosnia a raíz de la guerra civil que sufrió el país desde 1992 a 1995. El alcalde de Mostar, Ljubo Beslic, agradeció el sacrificio “desinteresado” de las tropas españolas para garantizar la paz en Bosnia y aseguraba que la Plaza seguiría siendo el lugar de encuentro de todos los ciudadanos de Mostar (El Mundo, 29 de marzo de 2012). Sin embargo, no deja de ser significativo que en los alrededores de la Plaza, veinte años después del supuesto fin de la guerra, las cicatrices del conflicto todavía sigan profundamente enraizadas en la ciudad.



Cascos azules españoles en Mostar
Fotografía: Ministerio de Defensa de España
La Plaza de España, antigua Plaza Hit, se encuentra al final del Bulevar que durante la guerra sirvió de línea divisoria de la ciudad y de frente bélico. Al oeste, la zona croata y católica, y al este, la musulmana, la que sufrió con mayor intensidad el azote de la artillería croata. Esa arteria principal de la ciudad guarda con insistencia las horrendas marcas de una guerra finalizada sobre el papel hace veinte años. Y todavía señala ese límite imaginario que divide de forma efectiva a las dos comunidades que se enzarzaron en la cruel sangría que redujo a escombros Mostar. Al final de ese Bulevar se levantaba la Plaza Hit. Allí, los soldados españoles levantaron unas tiendas de campaña para promover, bajo su protección, el encuentro entre las dos poblaciones separadas por la guerra. El 12 de octubre de 1995 bosnios y croatas decidieron el cambio de nombre de la plaza para rendir homenaje a las fuerzas españolas.

Arriado de la bandera española en Plaza de España, Mostar
Fotografía: Ministerio de Defensa de España
Las palabras de sentido homenaje del alcalde de Mostar contrastan con las graves acusaciones que lanzaba el corregidor musulmán de Mostar en el año 1994, en pleno conflicto. Francesc Relea (El País, 25 de febrero de 1994) recogía las denuncias de la población contra la ineptitud de las tropas españolas destinadas en la zona. El entonces alcalde, Smail Klaric, acusaba al ejército español de convertirse en mero espectador de las matanzas ocurridas en la ciudad. Incluso, afirmaba que los soldados habían contribuido al saqueo de los museos de Mostar al adquirir obras de arte y antigüedades robadas a cambio de cantidades insignificantes de dinero o de tabaco. Pero la actitud española no era más que fiel reflejo de la respuesta internacional ante el conflicto bosnio. Hermann Tertsch (El País, 21 de junio de 1992) describía gráficamente el papel de la ONU. Informaba que los bosnios se referían a las fuerzas de la UNPROFOR como la “Unpriskofor”; “prisko” significaría algo así como “chapuza”.

Fotografía: Luis Pérez Armiño
Las acusaciones, desmentidas por el Ministerio de Defensa en su momento, se suman a las duras críticas vertidas por Xabier Agirre, autor de Yugoslavia y los ejércitos. La legitimidad militar en tiempos de genocidio, que aporta numerosos datos que corroborarían la inoperante actitud del ejército español, convertido en mero espectador más preocupado por la protección personal de los soldados que por la de los ciudadanos indefensos. Como dato significativo, en mayo de 1993, ante la inminencia de una ofensiva croata sobre Mostar, las tropas españolas abandonaron la ciudad sin, ni siquiera, dar aviso de la ofensiva a las autoridades musulmanas para preservar, en la medida de lo posible, a la población civil.

Bosnia ha supuesto una de las misiones internacionales más largas del ejército español: dieciocho años de presencia en el país y la participación de más de 46.000 efectivos. La intervención no era más que la decidida apuesta de la participación en misiones internacionales de paz como uno de los pilares básicos de la política exterior de España. Sin embargo, y a pesar de la mucha hagiografía oficial que alaba la actuación española en Mostar, son muchas las sombras que denuncian la conveniencia política de esta misión, ajena a los verdaderos intereses humanitarios que deberían haberla motivado. En Mostar todavía ondea la bandera española en la antigua Plaza Hit, sin embargo, la población ve un futuro más sombrío que el ejército español no ayudó nunca a despejar.

Luis Pérez Armiño

El violonchelista de Sarajevo. Vedran Smailović

El violonchelista de Sarajevo. Vedran Smailović:
Vedran Smailović en la Biblioteca Nacional de Sarajevo, 1992
Fotografía: Mikhail Evstafiev - Fuente

El Festival de Cine de Sarajevo se ha convertido en una de las apuestas culturales más decididas de la ciudad tras el final de la guerra bosnia de los años noventa del siglo XX. Este encuentro tiene sus raíces en el mismo conflicto, como una respuesta digna y decidida por la no – violencia contra la crueldad y el horror de un asedio que se cebó sobre la capital bosnia durante más de mil días y con más de once mil muertos a manos de los francotiradores y los bombardeos indiscriminados. El Festival fue uno más de los muchos actos culturales que mantenían viva la ciudad bajo la barbarie de la guerra: teatro, arte, música y otras muchas manifestaciones de una ciudad que había sido bandera de la tolerancia en Europa. El poeta bosnio Faruk Sehic afirmaba en un artículo escrito por Beatriz Portinari para el diario El País (18 de octubre de 2008) sobre la literatura bosnia posterior a la guerra que la primera víctima del conflicto fue “El mito del Sarajevo multiétnico”. Y en medio del caos, la destrucción y la muerte, la cultura jugó un papel fundamental.


Vedran Smailović
Fotografía: Mikhail Evstafiev - Fuente
Sólo habían pasado seis años desde la celebración de los juegos olímpicos de invierno cuando Sarajevo se convirtió en uno de los escenarios más atroces del convulso final del siglo XX. La antigua ciudad, cruce de culturas y símbolo del entendimiento, fue sometida a un brutal cerco que se prolongó hasta el año 1995. En todo ese contexto, una imagen se convirtió en icono de la resistencia de una ciudad abatida y diezmada. El violonchelista principal de la Orquesta Sinfónica de la ciudad, Vedran Smailović, rendía homenaje a las veintidós víctimas del bombardeo de la cola del pan del 27 de mayo de 1992. Tocó el Adagio de Albononi un día por cada una de las víctimas en la hora exacta en que el obús de mortero hizo explosión. Su historia, de valentía y de dignidad frente al horror de una guerra inhumana, pronto dio la vuelta al mundo y, de hecho, sirvió de base para una insulsa novela rechazada por su propio protagonista. Sólo una posterior entrevista, acompañada de algunas Guinness, entre el violonchelista y el autor, el canadiense Steve Galloway, puso punto final al malentendido. 

Teatro Nacional de Sarajevo
Fotografía: Stein80 - Fuente
¿Cómo explicar que un hombre arriesgase su vida en un homenaje ya sin sentido? Cuando un periodista de la CNN preguntaba a Vedran Smailović por su salud mental, el músico respondía de forma genial. Era irónico que le preguntasen a él si tocar el Adagio en Sarajevo significaba estar loco cuando lo que debería hacer el corresponsal era preguntar a los hombres de las colinas responsables de la carnicería de su ciudad si no estaban completamente locos. El componente psicológico del asedio incluía en su programa la aniquilación moral y humana de los habitantes de Sarajevo, incluyendo la destrucción de todo aquello que implicase un mínimo recuerdo de un pasado de tolerancia y convivencia. Y todos han querido ver en el gesto de Smailović la respuesta más digna y humana, no violenta, que podía darse a la barbarie que se estaba desarrollando en la ciudad de Sarajevo.

El actual Festival de Cine de Sarajevo es uno de los más importantes de la región. Se ha convertido en un importante revulsivo cultural de la ciudad y de todo el país y es, al mismo tiempo, una eficaz herramienta que trata de fomentar la reconciliación en Bosnia i Herzegovina. Quedaron atrás en el tiempo, en el recuerdo de la ciudad sometida a la tortura pública del asedio televisado al resto del mundo, aquellas sesiones abarrotadas de un público que no dudaba en jugarse la vida para llegar a las proyecciones. Y durante los prolongados días de asedio, la cultura jugó el papel fundamental de devolver la dignidad a una ciudad y a todos sus habitantes.

Luis Pérez Armiño

La cruz de Mostar

La cruz de Mostar: 
Mostar, 2012. Fotografía: LPA

Desde cualquier punto de Mostar, la quinta ciudad de Bosnia y Herzegovina, es visible de forma ostensible la colosal cruz que corona el monte Hum, uno de los promontorios que domina todo el núcleo urbano. Resulta paradójico, y no es casual, que esa misma colina fuese el puesto de observación preferente de las tropas croatas durante el conflicto que asoló el país a principios de los años noventa del siglo XX. La posición estratégica de Hum permitía el bombardeo sistemático de la ciudad y de los barrios musulmanes de la orilla oriental del río Neretva. Veinte años después del final inconcluso de la guerra de Bosnia, la ciudad mantiene esa línea divisora demasiado presente todavía en el imaginario colectivo, el río: con su ribera oriental ocupada por los barrios musulmanes, hoy bosniacos haciendo referencia al término empleado actualmente en los medios de comunicación; y la vertiente oeste, zona católica y actualmente ocupada, casi en exclusiva, por la población croata.
 
Mostar, 2012. Fotografía: LPA
El final de la contienda bosnia, auspiciado por una comunidad internacional inoperante pero excesivamente asqueada por un conflicto demasiado anclado en las entrañas de Europa, significó una hipócrita solución de compromiso que entrañaba la propia dificultad intrínseca de esa guerra. La paz firmada el 14 de diciembre de 1995 establecía un país único que Jakob Finci, funcionario bosnio, definía para el diario El País (edición impresa del 4 de diciembre de 2005) de la siguiente manera: “…se trata de un mismo país, con dos entidades, tres nacionalidades, cuatro religiones y cientos de problemas”. El escenario de Mostar ejemplifica esta peculiar situación: la falta de entendimiento es endémica entre los responsables políticos croatas y los bosniacos; la ciudad se encuentra dividida, psicológica y físicamente; y la falta de una verdadera reconciliación, efectiva y práctica, impide una auténtica reconstrucción de la ciudad y su vida, la necesaria reactivación de la economía y la superación de las tensiones “étnicas” (si es que alguien es capaz de explicar qué es eso de “étnico”) o religiosas.
Mostar, 2012. Fotografía: LPA
Mostar constituyó uno de los principales dramas dentro de la tragedia general de Bosnia y Herzegovina. En los inicios de la contienda sufrió la acometida de las tropas serbias posteriormente rechazada por la actuación conjunta de croatas y bosnios – musulmanes. Pero en 1993 esta frágil y artificiosa alianza saltó por los aires y los croatas sometieron a una parte de la ciudad, la musulmana, a un asedio sistemático de una crueldad terrorífica, incluso, para los niveles del horror alcanzado en otros muchos enclaves de Bosnia. Según los datos de Xabier Agirre Aramburu, recogidos en su libro Yugoslavia y los ejércitos. La legitimidad militar en tiempos de genocidio, se calcula que caía sobre la margen izquierda de la ciudad, la habitada por la población bosniaca, una media de doscientos a cuatrocientos obuses y se contabilizaban en torno a diez muertos diarios. En todo ese contexto, el mismo autor ha denunciado constantemente la inoperatividad de las tropas españolas destinadas en la ciudad convertidas en meros observadores de la masacre propiciando con su cobarde silencio el horror.
Iglesia de San Pedro y San Pablo, Mostar, 2012
Fotografía: LPA
El 9 de noviembre de 1993 las fuerzas croatas consiguieron por fin hundir en el Neretva el antiguo puente otomano de Mostar, un símbolo cultural de la ciudad que había resistido el feroz asedio y hasta un total de sesenta impactos de artillería. La estrategia bélica en la ciudad implicó la destrucción cultural y espiritual del enemigo, su humillación y la eliminación de cualquier vestigio que pudiese dar idea de la antigua convivencia que caracterizó a un núcleo en el que sus habitantes encontraban más implicación con la ciudad que con cualquier nacionalidad o etnia. La destrucción de cualquier manifestación y emblema cultural era parte fundamental en la estrategia militar.
En la actualidad, en Mostar, la cruz que corona el monte Hum se alza insolente. La iglesia católica está demasiado empeñada, espiritual y económicamente, en la evangelización profunda de la región. De hecho, el campanario de la iglesia franciscana de San Pedro y San Pablo se levanta imponente sobre el horizonte de Mostar con sus veinticinco metros y esa especie de orgullo de lectura freudiana de la que hacen gala las autoridades croatas. Mientras, los barrios musulmanes viven entre las cicatrices todavía sangrantes de una guerra demasiado presente y cuyo final se antoja lejano y difícil.
Luis Pérez Armiño

El Museo Nacional de Bosnia y Herzegovina

El Museo Nacional de Bosnia y Herzegovina:
Museo Nacional de Bosnia y Herzegovina
Fotografía: Luis Pérez Armiño
La complejidad de la institución museística queda patente en las funciones que se encomiendan en la museología actual a estas instituciones. Un museo se concibe como un centro que ha de adquirir un patrimonio cultural para presentarlo a un público variado con diferentes expectativas, mediante la adecuada investigación de esos fondos, sirviendo a la educación y deleite de los visitantes y con la misión final de conservar esos bienes para las generaciones venideras. Sin embargo, el museo responde a unos intereses de mayor trascendencia y puede ocultar significados de índole político y social. Es una institución viva que no es ajena al acontecer histórico y sufre los avatares propios de las sociedades en que se insertan. El Museo Nacional de Bosnia y Herzegovina, centro que ha sido capaz de sortear brutales conflictos armados, no ha sido capaz de sobrevivir a la inoperancia e ineptitud de la clase política bosnia, más comprometida con los intereses partidistas y nacionalistas que con la salvación de una institución de renombre que podría articularse como eje vertebrador de una nueva Bosnia donde se superasen las rencillas y odios internos a través del conocimiento y respeto mutuo. El Museo Nacional de Bosnia y Herzegovina cerró sus puertas el pasado 4 de octubre de 2012 por problemas financieros según la versión oficial.

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Grupo 

Dubrovnik. La perla en llamas

Dubrovnik. La perla en llamas:
Abastecimiento de agua durante el asedio de Dubrovnik
Fotografía: Peter Denton - Fuente

La imagen calculada, manipulada y meditada puede causar un mayor estrago en la opinión pública y en la toma de decisiones de la agenda internacional que cualquier otro dato fehaciente respecto a la clara violación del más elemental de los derechos humanos: el de la vida. En el complicado laberinto balcánico surgido a raíz de la desaparición del carismático líder, Josep Broz “Tito”, verdadero y exclusivo engranaje de unión de aquella amalgama artificial llamada Yugoslavia, en la que la crisis económica de una modernidad liberal y capitalista mal entendida empezaba a hacer mella en los ánimos de todos los eslavos del sur (fuesen estos croatas, serbios y el largo etcétera de minorías que habitaban el país), la cuestión de la imagen se resolvió como arma de primera magnitud capaz de despertar por si misma las iras de una comunidad internacional escandalizada por la barbaridad de una guerra demasiado cercana.



Calle principal de Dubrovnik
Fotografía: Peter Denton - Fuente
En octubre del año 1991 tropas del antigua ejército federal yugoslavo (JNA) ponían la ciudad de Dubrovnik bajo asedio. Los combates se desarrollaban en las colinas que rodean la ciudad y que descienden bruscamente sobre la costa. Dentro del contexto general de ambiente bélico en el que se desenvolvió la independencia de la república croata, a su vez dentro del argumento más amplio que componía la desintegración yugoslava, la ciudad dálmata se iba a convertir en importante escenario de confrontación, armada y propagandística, que pondría en tela de juicio los resortes que articulan las decisiones en el panorama internacional.

Dubrovnik, la antigua Ragusa, es una ciudad orgullosa de su independencia y de su larga historia. Su espectacular patrimonio cultural, simbolizado por la majestuosa silueta de sus poderosas murallas, ha convertido a la ciudad, junto a otros factores como la costa y las bondades del clima, en uno de los principales focos de atracción del turismo internacional. Las calles de la ciudad antigua, declarada Patrimonio de la Humanidad en 1979, son un hervidero de turismo de crucero, sol y playa, que encuentra en la ciudad croata alguna manera de justificar ansias culturales y, sobre todo, desembolsar importantes cantidades de dinero en las tiendas de suvenires y los más variados locales de hostelería que pueblan los bajos de los históricos edificios. Esta ciudad, hoy en el punto de mira de los turoperadores y las grandes compañías de cruceros, fue brutal escenario de batalla en la guerra que hizo sucumbir a la antigua Yugoslavia.

Hotel Imperial de Dubrovnik en 1999
Fotografía: AlMare - Fuente
Todavía no se han dilucidado las claves que podrían explicar el asedio de la ciudad. No existía una minoría serbia en la región a la que defender y la ciudad había sido desmilitarizada tiempo atrás. La población civil, junto a los miles de refugiados procedentes de la región devastada por la guerra, vivió el asedio por tierra, mar y aire del antiguo ejército bajo las órdenes de Belgradosin posibilidad ninguna de defensa. En los muchos combates y escaramuzas, las tropas serbias hicieron blanco en objetivos civiles, incluyendo el hospital de Medarevo. Pronto llegaron a los medios occidentales las imágenes y las instantáneas de la ciudad antigua en llamas y sus monumentos históricos bajo la mira del ejército yugoslavo, que a su vez acusaba a los croatas de orquestar toda una escenografía de violencia y dolor dentro de la ciudad sitiada. Y fue precisamente la destrucción de Dubrovnik el que envalentonó los ánimos de la opinión internacional que alzó su voz contra el enorme crimen patrimonial que se estaba cometiendo.

Mirjiana Tomic, relatora de los acontecimientos de la ciudad sitiada para el diario El País durante esos trágicos meses, recogía en uno de sus artículos del 16 de marzo de 1992, cuando se cumplían cinco meses de asedio, la sensación que vivía la población de Dubrovnik: la ciudad vivía un “simulacro de vida”. Esa extraña sensación de abandono ante la inminencia del peligro de un ejército voraz e imparable y la desidia fríamente premeditada del Estado Mayor del entonces presidente croata Franjo Tudjman. Las autoridades de Zagreb sabían del impacto internacional de las secuencias de la destrucción de la ciudad. De hecho, habían permitido la evacuación de todas las mujeres y niños de la ciudad mientras que impedían la salida de los hombres con edad militar. A ellos se les encomendó la imposible defensa de la ciudad sin apenas armas ni equipamiento. Era un suicidio que debía interpretarse como la ciudad ofrecida en sacrificio a las fauces del ejército federal yugoslavo como mal menor en el camino de la independencia croata y su reconocimiento internacional. La población de Dubrovnik no comprendía su trágico destino que incluía un final agónico a fuego y sangre facilitado por Zagreb.

Memorial de la guerra en Dubrovnik
Fotografía: Luis Pérez Armiño
Las autoridades croatas sopesaron los beneficios de entregar Dubrovnik a su destrucción, incluyendo la numerosa población civil que buscó refugio entre sus murallas. Desde octubre de 1991 a mayo de 1992 la ciudad sufrió un terrible asedio en el que su único papel consistió en ser simple víctima propiciatoria de los intereses políticos y estratégicos de las autoridades serbias y las croatas. En la actualidad, la ciudad renace gracias al lucrativo negocio del turismo internacional, mientras que la Filarmónica de Belgrado el pasado agosto de 2011 actuaba en el festival de música de cámara Julian Rachlin & Friends, en un gesto de conciliación que trataba de poner fin a uno de los episodios más oscuros de la historia reciente de Dubrovnik.

Luis Pérez Armiño

Serbia, la Unión Europea y la losa del pasado

Serbia, la Unión Europea y la losa del pasado:
Manifestación de apoyo a Serbia en Londres (2008)
Fotografía: ClaudiusGothicus - Fuente
Los Balcanes han sido a lo largo de la historia el tradicional tablero de juego de las potencias europeas. Hoy en día, se ha sumado un nuevo factor: Estados Unidos y su peculiar visión geopolítica sobre los antiguos territorios de la órbita soviética desaparecida en los tumultuosos años noventa del siglo anterior. En ese contexto, la antigua Yugoslavia vivió uno de los procesos de desintegración posterior a las tensiones de la Guerra Fría más dramáticos y sanguinarios con dos de los peores conflictos bélicos modernos vividos en el continente europeo: la guerra en Croacia y en Bosnia – Herzegovina. Kosovo, en 1999, puso punto y aparte a la cruenta y larga agonía de la antigua república socialista yugoslava. En la actualidad, y pese a la actual situación de crisis financiera, para todos los países surgidos tras el desmembramiento yugoslavo la adhesión a la Unión Europea se esgrime como futuro irrefutable. Sin embargo, frente a la peculiar situación de algunas de las antiguas repúblicas yugoslavas (exista ya una fecha establecida para el ingreso croata, por ejemplo), Serbia tiene que recorrer su difícil, duro y particular vía crucis para obtener su ingreso en el club europeo.

 
Señal de tráfico en Bosnia
Fotografía: Queerbubbles - Fuente
Los Balcanes constituyen uno de los principales objetivos de la política de la Unión Europea convirtiéndose en asunto crucial si nos referimos a posibles y futuras ampliaciones. Sin embargo, los ritmos de adhesión no son similares para todos los casos. Eslovenia es miembro de hecho, mientras que Croacia lo será a partir del próximo 1 de julio de 2013. Bosnia – Herzegovina todavía se encuentra lejos de Europa ya que, entre otras cuestiones, debería ser capaz de articular unas instituciones de gobierno internas mínimamente estables y hoy claramente ausentes. Macedonia y Montenegro son candidatos firmes, categoría similar a la adquirida por Serbia en febrero de 2012. Sin embargo, la adhesión definitiva depende de las circunstancias específicas de cada país. Y en este sentido, Serbia debe hacer frente a una casuística muy específica, fruto en gran parte de haber sido declarada por medios occidentales en juicio sumarísimo como principal culpable de las atrocidades ocurridas en los Balcanes en la década de los noventa del siglo XX.

El principal escollo entre Belgrado y la UE se denomina Kosovo. La provincia serbia declaró su independencia unilateralmente en 2008 bajo los auspicios de buena parte de las potencias europeas y EE.UU. En la actualidad, como declaraba Diana Johnstone (Sinpermiso.info), “El resultado ha consistido en un Kosovo “independiente”, ocupado en realidad por una enorme base militar norteamericana, Camp Bondsteel…”. Serbia, junto a otros muchos países entre los que se incluyen cinco miembros de la Unión Europea (España entre ellos por razones más que evidentes de índole interno) no reconoce la independencia de Kosovo. Por supuesto, existen complejas cuestiones en torno a la legalidad de la vía empleada por los rebeldes kosovares para declarar la secesión efectiva de Serbia que han hecho de esta región un asunto de difícil resolución. Sin embargo, las autoridades de Belgrado han anunciado medidas que implican un reconocimiento entrecomillado de la independencia de la provincia con el mero objetivo de acercar sus posturas a las imposiciones europeas. 
El Ministerio de Defensa yugoslavo tras el
bombardeo de la OTAN en 1999 sobre Belgrado
Fotografía: Alexpankratz - Fuente
Hace relativamente poco tiempo, el diario macedonio Utrinski Vesnik recogía un artículo de Erol Riazov en el que hacía referencia a esa curiosa política europea que establece unas determinadas exigencias a los países candidatos. A medida que estos las van cumpliendo, la UE exige otras medidas aún más draconianas. Esta actitud, como es de suponer, hastía cada vez más a la opinión pública serbia. Si hacía unos años los serbios decidían dejar atrás su pasado de nacionalismo radical y exacerbado abrazando con ímpetu las opciones europeístas, en la actualidad este entusiasmo es cada vez menor y se observa a la Unión como una entelequia cada vez más lejana y menos atractiva. Mientras, la diplomacia serbia, pese a tener puestos sus ojos en Europa, no descarta nuevos frentes que incluyen a potencias como EE.UU., Rusia, China e infinitas relaciones bilaterales con otros países “no alineados” (artículo de Antonio R. Rubio Plo publicado por el Real Instituto de Estudios Elcano).

Los medios de comunicación occidentales y las clases dirigentes europeas y de los EE.UU. hace años decidieron adjudicar el papel de villano a Serbia en el complejo laberinto balcánico. En la actualidad, la flagrante situación ilegal de Kosovo planea como una pesada losa sobre el futuro europeo del país a la espera de una benevolencia injustificada de las autoridades comunitarias que pase por la necesaria rendición y humillación de los serbios. Las autoridades de Belgrado han de penar durante largo tiempo unas culpas pasadas que todavía han de ser matizadas y revisadas a la espera de consideraciones futuras más juiciosas y objetivas. Mientras tanto, Serbia ha de aguardar, resignada, la magnanimidad mal entendida, como siempre, de Europa que con mirada altanera y soberbia espera el momento propicio para conceder su gracioso perdón al turbulento pasado serbio.
Luis Pérez Armiño

Cascos azules. Luces y sombras de las misiones de paz de la ONU

Cascos azules. Luces y sombras de las misiones de paz de la ONU:
Cascos azules en Haití, 2012
Fotografía: US Navy - Fuente
Con más de sesenta años de historia a su espalda, las operaciones de mantenimiento de paz de las Naciones Unidas(ONU) se han convertido en un clásico dentro del marco de las relaciones internacionales contemporáneas. Nacidas al amparo de la Guerra Fría, la actuación de los llamados cascos azules se ha teñido de luces y sombras. Sería fácil enumerar los fracasos de la ONU; igual de sencillo que componer las alabanzas de sus logros. No sería justo tratar de englobar dentro de un mismo apartado los errores y los aciertos de una organización mastodóntica e hiper – burocratizada en la que confluyen los más altos valores morales que impregnaron la fundación de la ONU con los intereses particulares y partidistas más bajos y terrenales.



Fuerzas de paz en el Sinaí, 1974
Fotografía: UN/Y. Nagata - Fuente
Durante el año 2011, la ONUha reportado la muerte de 112 efectivos en servicio en alguna de las diecisiete operaciones de mantenimiento de paz actuales. Bajo la bandera de la ONU hay desplegados más de 120.000 efectivos entre personal militar, policial y civil. La primera misión, del año 1948, interpuso una fuerza de vigilancia de la paz entre Israel y los países árabes. Nacía uno de los conflictos más prolongados en nuestra historia actual con pocas miras de resolución ya en el siglo XXI. El objetivo de toda misión de paz es evidente: no ser necesaria. Un rápido vistazo a la prensa internacional puede aportar multitud de datos sobre el fracaso de tan loable fin. El fin de la Guerra Fría no sólo ha significado el incremento considerable de los conflictos regionales, tanto en cantidad como en crueldad. Otros muchos conflictos heredados todavía siguen latentes exigiendo la intervención de los cascos azules, como el caso Palestino o el de Cachemira.

Se puede prever, por tanto, que las operaciones de mantenimiento de paz de la ONU tienen un futuro asegurado.

Tropas noruegas en Sarajevo, 1995
Fotografía: Paalso - Fuente
En este contexto, luces imaginadas y sombras reales. Las operaciones de mantenimiento de paz han servido en muchas ocasiones para convertirse en la demostración más palpable de la ineptitud e inoperancia de la ONU. Casos especialmente dramáticos como el de Ruanda (1994) o el de Srebrenica(1992) ilustraron la impotencia de las misiones de paz en determinados contextos, especialmente en aquellos en que las partes enfrentadas deciden emplear métodos y estrategias no asumidas por la legislación internacional. Se inauguraba un contexto de ataque generalizado a este tipo de operaciones de la ONU. Las misiones de paz empezaron a ser consideradas, por determinados sectores, como el pretexto de intereses ocultos de grandes potencias y poderes políticos, militares y financieros bajo la bandera de la paz y la seguridad internacional. Prácticamente se acusaba a los cascos azules de constituir la necesaria fuerza militar para asegurar un orden neocolonial en los países que habían accedido a una independencia más nominal que real.

Cascos azules en la RD. Congo
Fotografía: Julian Harneis - Fuente
Las últimas acusaciones llegaban desde Haití en 2007, donde las fuerzas de los cascos azules llegaron a ser acusadas de propagar una epidemia de cólera y se imputaron a varios de sus miembros casos de violaciones y abusos sexuales en los que estaban implicados, incluso, menores.

Todos estos factores han decidido el necesario replanteamientode las operaciones de mantenimiento de paz de acuerdo al nuevo contexto internacional, ajustando su operatividad, estrategias y necesidades a las nuevas circunstancias globales. Humano, demasiado humano. Efectivamente, es difícil eliminar vicios y licencias perniciosas. Sin embargo, el obligado replanteamiento de su naturaleza, de sus objetivos, de su razón de ser y la adopción de nuevas estrategias pueden convertirse en el mejor homenaje a los casi tres mil muertos en operaciones de paz.

Luis Pérez Armiño

Srebrenica

Srebrenica:
Funerales por las víctimas identificadas de la matanza de Srebrenica, 2006
Fotografía: Emir Kotromanic - Fuente

Hoy, 16 de mayo de 2012, comienza en La Haya (Holanda) el juicio contra el general serbo – bosnio Ratko Mladic por el genocidio perpetrado en la localidad bosnia de Srebrenica en mayo de 1992, uno de los acontecimientos más crueles y desgarradores ocurridos durante la guerra en esa antigua República ex - yugoslava(1992 – 1994). Se calcula que en este enclave protegido por las fuerzas de la ONU, en concreto por un batallón del ejército holandés, murieron en torno a ocho mil bosnio – musulmanes en una operación premeditada para eliminar a esta facción en la zona, dentro de la estrategia general de limpieza étnica que caracterizó al conflicto. La matanza de Srebrenica constituye uno de los episodios más aterradores de la no tan lejana guerra balcánica; no sólo el grado de crueldad que supuso la entrada de los serbo – bosnios en el pueblo, sino por la actuación internacional ante la matanza. Ha quedado como una de las principales imágenes de la incompetencia de la ONU y la dejadez internacional el brindis entre el comandante del batallón de cascos azules holandeses apostados en Srebrenica y el propio Mladic para celebrar la conquista del enclave protegido internacionalmente. Mientras, lenta y concienzudamente, de forma premeditada, empezaba el exterminio de miles de bosnio – musulmanes, los horrores de las fosas comunes, los desaparecidos, las violaciones… Hoy (16 de mayo de 2012) en la edición digital de El País se puede leer un antiguo artículo que Juan Goytosolo escribía el 24 de agosto de 1995.

Leer el artículo en El País